lunes, 11 de octubre de 2010

Volver

Hacía veinte años que no lo veía. Alto, elegante, de negro riguroso circulaba impasible por la calle. Hacía veinte años que no regresaba a su ciudad, que había dominado sus recuerdos. Horas inacabables en la sacristía, un confesionario convertido en cuarto oscuro, palabras dulces llenas de hiel, ojos tristes disfrazados en una sonrisa. Sin pensarlo, siguió la estela del honorable individuo. Un empujón repentino, un coche oportuno, sangre en el alzacuellos. Veinte años no es nada.

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