lunes, 25 de octubre de 2010

Flechazo

El cielo lucía su mejor azul, salpicado de pequeñas nubes blancas de caprichosas formas. El mar, por no ser menos, mostraba un inacabable muestrario de tonos que contrastaban con las piedras que sólo dejaban unos metros de arena negra como mi suerte en la orilla. Estrenaba cámara, una Nikon comprada a base de trabajos ocasionales y meses de ahorro peseta a peseta, perra a perra. Adormilado, soñaba con sirenas lejanas y paraísos exóticos. Y entonces, apareció ella, sueño hecho vida, sirena hecha carne. Entre risas, la portaban sus amigos en una cesta de pescadores para que, descalza como iba, no tuviera que sufrir los guijarros del camino hasta la orilla. Divertida, ella disfrutaba de la expectación que causó su aparición entre todos los bañistas. Tímido, desde un rincón de la playa, él la fotografiaba con discreción. Al día siguiente, en su primera jornada en su nuevo trabajo, soñaba con llegar a casa y revelar aquellas fotos cuando cruzó la puerta seria y profesional una de sus compañeras en la nueva empresa. Mientras se frotaba los ojos, llenos de arena y sal, se la presentaron. Los sueños a veces son posibles, pensó mi padre.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Enfrentadas

Mátame para que muera, muéreme para ser yo. Acaba con aquélla que en el espejo es la causa de mi perdición. Porque la odio y me odia, y me acecha su reflejo y me causa un gran dolor. Ella me odia y la odio. De esta maldita contienda sólo saldrá un vencedor. La de la imbécil sonrisa, la profundita orgullosa, la de la ceja arqueada, la que nunca dice nada. Este mundo que se estampa en mi mundo y en el tuyo, esta realidad que expira, este suspiro que exhala mariposas en el cielo, que de negro torna en blanco y de blanco en qué sé yo. Mátame para que muera, muéreme para ser yo.

Somos dos, somos ninguna. ¿Alguien sabe quién soy yo? ¿Me conoces mascarita? ¿Te conoces sin condón? Dime quién va por la vida sin profiláctico en el corazón. Espérame en aquella esquina, y llama a la policía, la muerta, voy a ser yo. Será una muerte muy dulce, quedará una de las dos, la de la mirada firme o la de la gata y el ratón. Mátame para que muera, muéreme para ser yo.

lunes, 11 de octubre de 2010

Encuentros

Aterrada, en su último suspiro, vio pasar su vida en destellos hasta el momento en que lo conoció en aquel bar. Jamás pensó al aceptar su invitación que al decirle que se la comería enterita sus palabras eran absolutamente literales.

Mi primer recuerdo

Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es mirar el sol al amanecer a través de los pliegues de una mantita. El cielo se tornaba amarillento, a veces rojizo, y los primeros rayos pugnaban por hacer llegar la mañana a una calle vacía en la que sólo transitábamos tú y yo. Mi padre me llevaba envuelta en ella todos los días a casa de mi abuela, antes de irse él y mi madre a trabajar. Envuelta en la crisálida, la aspirante a mariposa oía la respiración paterna, sentía el cálido y suave tacto de su mantita y miraba al sol embelesada. Si cierro los ojos aún consigo recuperar lo que mis sentidos asieron con fuerza de esos amaneceres. El olor del rocío en la mañana, el calor de mi cuerpo incrementado por el paterno, el corazón de mi padre latiendo agitado, mis ojos entornados pero con la mirada fija en el despertar del astro rey, lleno de promesas para un nuevo día. Segura, reconfortada, feliz. Mi primer recuerdo, papá, eres tú.

Confesiones

Yo señor, yo no soy mala, como no lo era Pascual Duarte. Hoy estaba de muy malas pulgas y me parece que la pagué contigo, ni te escuchaba, estaba más pendiente de otras cosas. Ante la anulación de mi viaje a Turquía, mi madre nos dijo a mi hermano, que ha venido de vacaciones desde Madrid, y a mi que le gustaría que hiciéramos ese viaje los cuatro juntos. Hoy nos enseñó su plan, era un tour, y ese tipo de viajes me pone los pelos de punta. Borregos en una guagua, en manada. Se lo dije, con suavidad, lo prometo, que un circuito igual era un poco pesado y se le saltaron las lágrimas. Me dijo que ella no podía viajar de otra forma, que si no lo hacíamos así ella no podría aunque si yo quería lo intentaba y que estaba muy ilusionada, que pensaba que muy posiblemente sería nuestro último viaje juntos y estaba matando esa ilusión, que no se encontraba bien, que desde su enfermedad no es la misma. Mi madre tuvo cáncer de pecho hace casi dos años, a la vez que agonizaba mi historia de amor. Hubo un momento que creí que no soportaría tanto dolor junto. Él no me apoyó y mi madre, por una negligencia, ha quedado con una cicatriz retráctil que le impide el movimiento completo en la derecha y han reducido su enorme fuerza. Mi madre es pequeñita, poco más de 1,55 de dura y aguerrida mujer. Con un carácter de mil demonios, un tremendo vigor, mucho coraje y una risa clara y sincera, como de vikinga, siempre se ha distinguido entre la multitud. Mi madre trabajaba aun antes que la mayoría de mujeres lo hicieran. Yo no lo entendía de niña, cuando otros crueles críos me decían que me tenía abandonada porque pasaba gran parte del día con esa maravillosa abuela de la que ya te hablé y cuya invisible presencia aún me ayuda a superar cada día. A veces llegaba a pensar que era cierto, las más estaba orgullosa de ella, de su fuerza y de tener tres madres, la biológica, la madre de mi madre y mi tía, otro ejemplo de mujer. Rubia y de tez pálida, esta última es la alegría hecha mujer. Su risa contagiaría hasta a un ogro con pedigrí. La pobre muchas veces al mediodía tenía que salir a toda prisa de sus clases de Magisterio porque su caprichosa sobrina de pequeña no quería comer hígado si no se lo daba ella. Mi abuela siempre fue la gran mamma italiana y su casa la base de operaciones familiar. Mientras una de mis tías decidió allá por mis seis o siete años hacer más vida familiar en su propio hogar, llevándose a los dos primos con los que hasta entonces me crié, mi tía y mi madre permanecieron, siendo los hijos de Cristina auténticos hermanos para Jorge y para mi. Los almuerzos eran realmente divertidos. Hasta diez personas llegaron a contarse de corriente en la mesa, todos alborotadores y alborotados.

Mi madre fue y todavía es muy hermosa. No en vano fue Miss Arucas, algo por lo que siempre la vacilamos. El caso es que mi vital madre, la que no sabe cocinar, la que desde su metro y medio es capaz de cantarle las cuarenta a hombres como castillos que trabajan como estibadores en la empresa que dirige, la que simultanea esta dirección con el reflotamiento de otra empresa, la leona de las garras afiladas que cuida a sus polluelos como gallinita clueca, la que trabajó veranos enteros junto a mi padre para pagarnos los estudios. Esta inmensa alcazaba se derrumbó y lloró y declaró que estaba cansada y que tal vez no le quedaba mucho tiempo. No podía por menos que ser bordelanca hoy, como se dice en tu tierra, maldecir a los dioses y a mi misma por sobre todas las cosas y pedir a todo lo divino que existir pudiera, Caronte mediante y su barca, que no la escuchen a ella y que me perdonen a mi.

Jugando a amar

El calor llenaba la estancia como un denso y empalagoso aroma que emponzoñaba el ambiente. El sexo multiplicaba el efecto y lo embriagaba con el olor del sudor, la saliva y el néctar del deseo. El verano asistió entusiasmado a la mezcla resultante, muy del gusto sectario del que hacía gala. Tras los saludos de rigor, el Hombre halagó su figura, sus ojos y hasta sus cejas, al modo de los modernos poetas de cama. La Mujer respondió con risas y devolvió los cumplidos en la forma y modo adecuados al objetivo común. “Ando preparándome para recibirte esta noche.... ¿¿¿Vienes ya, mi cielo??? Te estoy esperando impaciente…” le había anunciado ella. “Aquí está tu demonio, macho quiere hembra” contestó él, erguido e imponente tras conocer el anuncio, un moderno Tarzán en la era del sexo fácil.

Sonriendo, comenzó por lamerle el cuello acompañando el sensual gesto con sugerentes mordidas, rápidas y certeras, que consiguieron despertar en la Mujer los primeros vapores del deseo. Las orejas fueron el paso natural, entre los primeros ronroneos de la Mujer, que inició el siempre sugerente trabajo de desnudar a un hombre. Separándose de su cazador, con mirada lasciva, introdujo el dedo de su ya rendido montero en su boca procediendo a chuparlo con entusiasmo de bebé ante su chupete favorito. Tras este gesto, procedió a bajarlo por su cuello, situarlo entre sus pechos y continuar su vertiginosa caída juguetona hasta su coño entre risas. Tras el gesto, un húmedo y profundísimo beso estuvo a punto de causarles la más dulce muerte, la que sueñan los serenateros, hasta que el instinto de supervivencia los hizo separarse, satisfechos pero con la respiración entrecortada.

Se ofrecieron entonces regalos. Panteras negras, rosas, mariposas y hasta una estrella fugaz surgieron de aquellas navidades de fantasía, sin olvidar las bebidas tropicales para animar el ambiente. Hechas las ofrendas, la Mujer le mostró en un esquema hecho fotografía las necesidades que la apremiaban y el Hombre, como buen macho en busca de hembra, respondió con entusiasmo a sus apremios. Los besos se convirtieron en urgencias, las caricias en quemaduras, los cuerpos en llamas que procuraban apagarse con humedades que sólo servían para enrojecer las brasas. Jadeante de deseo, el Hombre deslizó su mano dentro de la falda de la Mujer y al notar la humedad que sólo contribuía al fuego, decidió aliviar sus propias llamas entre el torrente que de ella brotaba. Tal incursión en su río provocó en la Mujer ronroneos de gatita que hicieron aullar a los felinos en celo de toda la ciudad. El Hombre decidió aliviar también el fuego de su lengua en las cálidas aguas de entre las piernas de una Mujer que ya gemía con entusiasmo. Incapaz de soportar por más tiempo la cálida tormenta que en su interior producía la entusiasta lengua de su particular demonio, la Mujer le pidió que la follara sin clemencia.

Erguido y poderoso, el mástil del hombre la penetró con una fuerza arrolladora, que estremeció a ambos. Pero ella quería más y más fuerza en los embates del amor, y así lo pedía entre escalofríos de placer, tan físicos como placenteros. Temerosa de explotar en un encuentro que deseaba alargar lo más posible, la Mujer puso su mayor cara de puta, aquélla que al Hombre tanto excitaba, para separarlo de sí y proceder a lamer el mástil sin velas que él lucía orgulloso en honor a la Mujer.

Procedió a humedecerlos, usando toda su saliva hasta que la humedad lo hizo brillar mientras poco a poco, concienzudamente y tras ligeros mordisquitos por toda su superficie, sin olvidar sus pequeños y redondos compañeros de aventuras, lo introducía completamente dentro de su boca y procedía a meterlo y sacarlo alternativamente cada vez con más prisa, cada vez con más entusiasmo incluso de su lengua, que actuaba en el marasmo de la mamada que arrancaba de la boca de su Hombre más de un gemido profundo, áspero y brutal. Notando ya sus primeras e involuntarias contracciones, la Mujer abandonó su meticulosa tarea para introducirse la ensalivada polla en su interior y empezar a moverse encima de él, primero en círculos, lentos y sensuales, muy profundos, que permitían a su pequeño y sonrosado clítoris obtener el mismo placer que disfrutaba en su interior.

Olas de placer la invadían, un placer en círculos, que batía y batía sin parar como una marea interminable que alcanzaba una y otra vez su playa. Idéntica sensación invadía el cuerpo de su amante, cada vez más congestionado, más duro, más tenso, con su cuerpo convertido en un sinfín de terminaciones nerviosas que con luces de neón anunciaban la llegada del placer. Mientras, ella lo besaba y luego se frotaba sus pechos mirándolo en un bucle sin fin al que él colaboraba alternando la atención a sus tetas.

Juguetón, el Hombre decidió cambiar de postura y con cariño pero apremio la volteó hasta situarla a cuatro patas, y loco ya de frenesí, entre palmaditas de entusiasmo y gritos de ánimo a su putita preferida, ambos alcanzaron cotas de placer infinitas, oleadas intensas, maremotos ignotos.

-Bueno chica, ha sido un placer. Estoy cansado, ya hablamos otro día. ¡¡¡Te quiero!!!!

-Sí, cariño, buenas noches

A un clic, a él le esperaban nuevas pantallas de deseo, sin alma ni identidad, sin cuerpo siquiera…. Tras la pantalla, ella suspiraba por conocer al Hombre que suponía que era su amor...

Volver

Hacía veinte años que no lo veía. Alto, elegante, de negro riguroso circulaba impasible por la calle. Hacía veinte años que no regresaba a su ciudad, que había dominado sus recuerdos. Horas inacabables en la sacristía, un confesionario convertido en cuarto oscuro, palabras dulces llenas de hiel, ojos tristes disfrazados en una sonrisa. Sin pensarlo, siguió la estela del honorable individuo. Un empujón repentino, un coche oportuno, sangre en el alzacuellos. Veinte años no es nada.