lunes, 11 de octubre de 2010

Jugando a amar

El calor llenaba la estancia como un denso y empalagoso aroma que emponzoñaba el ambiente. El sexo multiplicaba el efecto y lo embriagaba con el olor del sudor, la saliva y el néctar del deseo. El verano asistió entusiasmado a la mezcla resultante, muy del gusto sectario del que hacía gala. Tras los saludos de rigor, el Hombre halagó su figura, sus ojos y hasta sus cejas, al modo de los modernos poetas de cama. La Mujer respondió con risas y devolvió los cumplidos en la forma y modo adecuados al objetivo común. “Ando preparándome para recibirte esta noche.... ¿¿¿Vienes ya, mi cielo??? Te estoy esperando impaciente…” le había anunciado ella. “Aquí está tu demonio, macho quiere hembra” contestó él, erguido e imponente tras conocer el anuncio, un moderno Tarzán en la era del sexo fácil.

Sonriendo, comenzó por lamerle el cuello acompañando el sensual gesto con sugerentes mordidas, rápidas y certeras, que consiguieron despertar en la Mujer los primeros vapores del deseo. Las orejas fueron el paso natural, entre los primeros ronroneos de la Mujer, que inició el siempre sugerente trabajo de desnudar a un hombre. Separándose de su cazador, con mirada lasciva, introdujo el dedo de su ya rendido montero en su boca procediendo a chuparlo con entusiasmo de bebé ante su chupete favorito. Tras este gesto, procedió a bajarlo por su cuello, situarlo entre sus pechos y continuar su vertiginosa caída juguetona hasta su coño entre risas. Tras el gesto, un húmedo y profundísimo beso estuvo a punto de causarles la más dulce muerte, la que sueñan los serenateros, hasta que el instinto de supervivencia los hizo separarse, satisfechos pero con la respiración entrecortada.

Se ofrecieron entonces regalos. Panteras negras, rosas, mariposas y hasta una estrella fugaz surgieron de aquellas navidades de fantasía, sin olvidar las bebidas tropicales para animar el ambiente. Hechas las ofrendas, la Mujer le mostró en un esquema hecho fotografía las necesidades que la apremiaban y el Hombre, como buen macho en busca de hembra, respondió con entusiasmo a sus apremios. Los besos se convirtieron en urgencias, las caricias en quemaduras, los cuerpos en llamas que procuraban apagarse con humedades que sólo servían para enrojecer las brasas. Jadeante de deseo, el Hombre deslizó su mano dentro de la falda de la Mujer y al notar la humedad que sólo contribuía al fuego, decidió aliviar sus propias llamas entre el torrente que de ella brotaba. Tal incursión en su río provocó en la Mujer ronroneos de gatita que hicieron aullar a los felinos en celo de toda la ciudad. El Hombre decidió aliviar también el fuego de su lengua en las cálidas aguas de entre las piernas de una Mujer que ya gemía con entusiasmo. Incapaz de soportar por más tiempo la cálida tormenta que en su interior producía la entusiasta lengua de su particular demonio, la Mujer le pidió que la follara sin clemencia.

Erguido y poderoso, el mástil del hombre la penetró con una fuerza arrolladora, que estremeció a ambos. Pero ella quería más y más fuerza en los embates del amor, y así lo pedía entre escalofríos de placer, tan físicos como placenteros. Temerosa de explotar en un encuentro que deseaba alargar lo más posible, la Mujer puso su mayor cara de puta, aquélla que al Hombre tanto excitaba, para separarlo de sí y proceder a lamer el mástil sin velas que él lucía orgulloso en honor a la Mujer.

Procedió a humedecerlos, usando toda su saliva hasta que la humedad lo hizo brillar mientras poco a poco, concienzudamente y tras ligeros mordisquitos por toda su superficie, sin olvidar sus pequeños y redondos compañeros de aventuras, lo introducía completamente dentro de su boca y procedía a meterlo y sacarlo alternativamente cada vez con más prisa, cada vez con más entusiasmo incluso de su lengua, que actuaba en el marasmo de la mamada que arrancaba de la boca de su Hombre más de un gemido profundo, áspero y brutal. Notando ya sus primeras e involuntarias contracciones, la Mujer abandonó su meticulosa tarea para introducirse la ensalivada polla en su interior y empezar a moverse encima de él, primero en círculos, lentos y sensuales, muy profundos, que permitían a su pequeño y sonrosado clítoris obtener el mismo placer que disfrutaba en su interior.

Olas de placer la invadían, un placer en círculos, que batía y batía sin parar como una marea interminable que alcanzaba una y otra vez su playa. Idéntica sensación invadía el cuerpo de su amante, cada vez más congestionado, más duro, más tenso, con su cuerpo convertido en un sinfín de terminaciones nerviosas que con luces de neón anunciaban la llegada del placer. Mientras, ella lo besaba y luego se frotaba sus pechos mirándolo en un bucle sin fin al que él colaboraba alternando la atención a sus tetas.

Juguetón, el Hombre decidió cambiar de postura y con cariño pero apremio la volteó hasta situarla a cuatro patas, y loco ya de frenesí, entre palmaditas de entusiasmo y gritos de ánimo a su putita preferida, ambos alcanzaron cotas de placer infinitas, oleadas intensas, maremotos ignotos.

-Bueno chica, ha sido un placer. Estoy cansado, ya hablamos otro día. ¡¡¡Te quiero!!!!

-Sí, cariño, buenas noches

A un clic, a él le esperaban nuevas pantallas de deseo, sin alma ni identidad, sin cuerpo siquiera…. Tras la pantalla, ella suspiraba por conocer al Hombre que suponía que era su amor...

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